La Europa imposible

La Europa imposible

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By Enrique Dans

El VP de Políticas Públicas en Europa de Facebook, Richard Allan, afirma en una columna de opinión en el Financial Times titulada European disintegration threatens business on the internet que el entorno regulatorio europeo se ha convertido en un auténtico caos con una complejidad que resulta imposible de gestionar para las compañías, y que esto va a dar lugar a problemas en la expansión futura del desarrollo tecnológico y económico de la región.

En el momento actual, la compañía ve cómo algunas de sus prácticas con respecto a la gestión de la privacidad de sus usuarios están siendo sometidas a cuestionamiento en países de la Unión Europea como Alemania, Bélgica, España, Francia, Holanda e Italia, cada uno en procesos diferentes y respondiendo a legislaciones no unificadas. Desde su llegada a Europa, Facebook se consideraba sometida a las leyes del país europeo en el que tenía su sede, en este caso Irlanda, y desarrollaba sus actividades adaptándolas en función de la legislación de ese país, notablemente más laxa que la del resto del entorno europeo. Sin embargo, sus prácticas están siendo objeto de investigaciones por las autoridades de cada vez más países miembros, lo que lleva a una situación difícilmente controlable.

La postura oficial es clara y directa: la ley es la ley, y Facebook, como todos, tiene que cumplirla en cada uno de los países en los que opera. Si preguntas a cualquier europeo, la respuesta inmediata será sin duda algo así: la jurisdicción de mi país protege mis derechos de esta manera, y quien quiera ofrecer sus productos o servicios en su mercado, tendrá que adaptarlos a ello. Sin embargo, llevado a la realidad, las cosas no son tan sencillas. Como bien comenta Richard Allan en su columna, un automóvil tiene que cumplir una serie de normas y homologaciones a nivel europeo, pero una vez que pasa las correspondientes pruebas y aprobaciones, puede ser comercializado en todo el territorio de la Unión sin ningún problema.

La idea de la Unión Europea, de hecho, tenía muchas de sus intenciones situadas en este ámbito: facilitar el desarrollo de un mercado común en el que la complejidad y las trabas para alcanzar una escala más eficiente a nivel empresarial pudiesen disminuir. Sin embargo, cuando pasamos a hablar de servicios y estos pasan a prestarse a través de la red, la cosa se complica, generando una dura realidad: la Unión Europea no funciona, y la tarea de responder a un entorno legislativo en el que conviven las leyes de cada país con normas emitidas por los tribunales europeos o con directrices posteriormente traspuestas con mayor o menor fortuna por los gobiernos de cada estado miembro se convierte en una misión imposible.

Que la propia Unión Europea es consciente del problema es algo que se refleja, por ejemplo, en el largo camino que con gran esfuerzo intentó recorrer la muy añorada Neelie Kroes durante todo su mandato, o en la recientemente comunicada estrategia de mercado único digital. Intentos e iniciativas que no dejan de ser un síntoma claro: la situación legislativa actual refleja un modelo de Europa imposible, un quiero y no puedo definido por un proyecto solo llevado a cabo a medias, convertido en el paraíso de los lobbistas y en un sinsentido absoluto para cualquiera que intente desarrollar su actividad en ese ámbito.

No, Facebook no es ningún santo, y seguramente como europeos estamos razonablemente de acuerdo en que algunas de sus prácticas con respecto a la privacidad no deberían tener cabida en una Europa que pretende establecer un entorno más garantista en esos temas como auténtica seña de identidad, como lógica de un conjunto de países que tienen en su historia individual y colectiva muy buenas razones para hacerlo así. Pero eso, además de no convertirse en un muro impenetrable que se niegue a reconocer los evidentes cambios que el desarrollo de la tecnología ha generado en un ámbito como el de la privacidad, no debe servir como excusa, por el bien de la innovación, para obligar a las empresas a enfrentarse a un auténtico galimatías legislativo indescifrable frente al que no tienen más alternativa que ir cayendo como moscas ya no en una red, sino en veintiocho o veintinueve redes distintas. Simplemente no tiene ningún sentido. Si Europa quiere ser mínimamente competitiva en el entorno digital, solucionar este tema es la primera y más importante de las tareas pendientes.

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