Cuando China entiende la lógica de las renovables
By Enrique Dans
Mi columna en Invertia de esta semana se titula «China, la planificación y las renovables» (pdf), y analiza las noticias que hablan de que China podría haber alcanzado ya en 2023 su pico de emisiones, que estaba previsto para mucho más adelante, y comenzar a reducirlas ya a partir de este momento, anticipándose incluso a muchas economías occidentales que pasaron décadas y décadas emitiendo dióxido de carbono como si no hubiera un mañana.
Que China sea capaz de adelantar su pico de emisiones y comenzar a reducirlas a partir de aquí es una hazaña que se debe exclusivamente al crecimiento récord de sus inversiones en energías renovables, particularmente solar y eólica respaldadas por baterías, además de a su fortísima inversión histórica en hidroeléctrica con algunas de las presas más grandes del mundo.
La jugada de China ha sido interesantísima, y corresponde a la iniciativa de un país que, por su carácter de régimen autoritario sin alternancia de poder, tiene la capacidad de planificar a muy largo plazo. Industrialmente, China ha puesto un enorme foco en posicionarse en las algunas de las industrias más estratégicas de cara a la descarbonización: la inmensa mayoría de los paneles solares y de las baterías son no solo Made in China, sino también Engineered in China, con unos niveles de registro de patentes relacionadas que superan a las del mundo occidental. Si añadimos los automóviles eléctricos, en donde una fortísima demanda interna ha servido para proporcionar escala a múltiples compañías que ahora empiezan a inundar con sus productos los mercados exteriores a precios muy competitivos, tenemos una situación inesperada: el país más contaminante de la última década podría convertirse en uno de los primeros en comenzar a reducir sus emisiones, y en el que domina claramente la llamada Green Economy.
Pero lo más importante de la estrategia china es darse cuenta de lo que tiene detrás: la constatación de que las energías renovables son, simplemente, la forma más barata de producir una energía que el país necesita a raudales para mantener su nivel de industrialización. China se descarboniza no solo por una consideración de sostenibilidad, sino sobre todo, porque con ello obtiene una importantísima ventaja en costes que se extiende a todos los sectores e industrias intensivos en energía.
Así, mientras el país aún tiene trazados planes para incrementar la construcción de centrales nucleares e incluso de carbón, la realidad es que muchos de esos planes se encuentran en este momento congelados, a la espera de saber si efectivamente son necesarios, o si con el fortísimo incremento de capacidad derivado de la construcción de infraestructuras renovables, es más que suficiente. Nadar y guardar la ropa, le llaman. Pero de una u otra manera, el país fue capaz, con la expansión de la generación solar y eólica, de cubrir el 90% del crecimiento de la demanda de electricidad, algo verdaderamente brutal en un país con esa escala.
Si otras economías entendiesen que el camino es sobredimensionar todo lo posible la construcción de infraestructuras de energías renovables, de alcanzar un escenario en el que la energía sea demasiado barata como para que compense medirla, y que con ello van a dotar de mayor competitividad a toda su industria gracias a menores costes energéticos, tendríamos la descarbonización del sector de la energía, el más contaminante del mundo, muchísimo más avanzada.
No, no somos China, ni lo queremos ser. Pero a lo mejor, mientras la Unión Europea se dedica a hacer planteamientos suicidas que pretenden priorizar el crecimiento a la descarbonización, no vendría nada mal que nos inspirásemos en el acierto de algunas de sus políticas industriales.
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